Es el intento de un padre por restar drama a la crueldad de la guerra y sus terribles consecuencias, mediante un juego por el que su hija reacciona al sonido de las bombas con una carcajada.

Sawa tiene solo cuatro años y cuando escucha la explosión suelta una risa contagiosa que nos ofrece la cara más amable de un conflicto que dura casi nueve años y que atraviesa la peor crisis humanitaria desde su comienzo en Siria.

Parece como si escuchara fuegos artificiales, porque el miedo se ha transformado para hacer el menos daño posible a la pequeña en su casa. Su padre mantiene la calma y Abdullah ha convertido un sonido horrible en algo mucho más llevadero para lo que más le importa.