En una escena cargada de emoción y honestidad, Marta irrumpe en el trabajo de Fina en plena noche, marcando un antes y un después en su historia. Su llegada inesperada descoloca a Fina, quien apenas logra preguntar, confundida: “No entiendo”.
La respuesta de Marta no deja lugar a dudas: ha decidido no tomar el vuelo que iba a separarlas. Las palabras de su hermano la hicieron ver con claridad que no puede formar una familia desde la mentira. “No puedo asumir la responsabilidad de traer una criatura a un matrimonio que es una farsa. No es justo y sería una condena”, confiesa, dejando claro que no sacrificará su verdad por cumplir expectativas ajenas.
La conversación gira en torno a los miedos, las renuncias y los sueños compartidos. “Me enamoré de la idea de tener una familia contigo”, dice Marta. “No podía permitir que el amor de mi vida, mi mujer, acabara una vez más arrinconada”.
Marta también reconoce un anhelo profundo: “Quizás nunca podamos tener hijos. Pero nos tenemos la una a la otra para llenar ese vacío”. Fina, aún preocupada, intenta advertirla, pero Marta responde con firmeza y ternura: “Poder estar contigo no es una condena. Amarte es vivir, y lo demás me da igual”.
La escena culmina con un beso y una declaración definitiva. Marta elige a Fina, elige el amor auténtico, por encima de deberes familiares, presiones sociales y el deseo de maternidad. Juntas, renuncian a un futuro impuesto para abrazar una vida construida desde la verdad, el respeto y el amor mutuo.